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miércoles, 22 de febrero de 2012

Mal de Escuela (Daniel Pennac)

Me ha gustado muchísimo este libro, ya que antes de elegir este libro, realice una búsqueda, sobre algunos de los libros que tenía en la lista de recomendados y no obligatorios que me ofreció la profesora (Lourdes Bazarra). Cuando descubrí que este libro hablaba del fracaso escolar y como los profesores no saben dar respuesta a esos alumnos desmotivados, que por cualquier circunstancia se han salido del camino. Me sentí muy identificada, y decidi leerlo.
Yo sufrí una situación parecida cuando iba al instituto, debido a mi desmotivación en los estudios, estuve a punto de abandonarlos, ya que mis profesores me decían que no valía para estudiar, que me dedicara a otra cosa… En mi caso, fue mi madre, la que me motivo, creyó en mí y salí de aquella situación, y aquí estoy con varias diplomaturas a mis espaldas, y con la espinita de cruzarme con aquel profesor que no creyó en mi y contarle mi historia y mi ilusión por aprender.
Quiero poner un fragmento del libro que me ha encantado, me ha hecho reflexionar, y me ha vuelto a motivar más aun en mi camino en los estudios, porque aunque ellos no creyeron en mi, sigo estudiando…
Los profesores que me salvaron –y que hicieron de mí un profesor– no estaban formados para hacerlo. No se preocuparon de los orígenes de mi incapacidad escolar. No perdieron el tiempo buscando sus causas ni tampoco sermoneándome. Eran adultos enfrentados a adolescentes en peligro. Se dijeron que era urgente. Se zambulleron. No lograron atraparme. Se zambulleron de nuevo, día tras día, más y más… Y acabaron sacándome de allí. Y a muchos otros conmigo. Literalmente, nos repescaron. Les debemos la vida” (Daniel Pennac, Mal de escuela, cap. 11, p. 36).
Pennac nos dibuja así el retrato de un alumno que no pretende ser rebelde, que no es necesariamente poco trabajador, pero que no rinde en clase, simplemente porque no comprende. En algún momento se ha descarriado, separándose del resto de la clase. Incapaz de asimilar alguna noción y perdido el pie, la distancia entre el grupo y él se va haciendo cada vez mayor. Convencido de su incompetencia, el alumno se rinde.

Ante esta situación, profesor tras profesor se aferra al conocido recurso de “Le falta base”, para abandonar a su suerte a un náufrago que se hunde y que, entonces sí, puede adoptar esa actitud de rebeldía o de ser incomprendido que tanto gusta entre los adolescentes. Pero su fracaso es el del profesor que no acierta a derribar la barrera que le separa de la materia que debe dominar, y que prefiere encogerse de hombros antes que dar marcha atrás hasta el momento en que el alumno descarriló.

Por su parte, los padres del mal alumno raras veces saben afrontar el problema y plantearse seriamente la búsqueda de una solución. La falta de tiempo o la desilusión les llevan a mirar para otro lado, fingiendo que todo está bien, o a estigmatizar al estudiante, augurándole el más negro de los destinos como consecuencia de su ignorancia e ineptitud.

Como consecuencia de las actitudes de quienes deberían ayudarle, el joven abandona por completo cualquier esfuerzo. Convencido de que estudiar no va con él, deja que crezca sin cesar la muralla que lo separa de sus compañeros, profesores y padres. Los esfuerzos que debería emplear en formarse, se le van en encontrar excusas que le justifiquen ante unos y otros, una agotadora tarea que, sin embargo, no le reportará más que insatisfacción.

Aunque Pennac apunta que el mal alumno existe desde el principio de la educación pública, a la que parece inherente, no deja de señalar la parte de culpa que en los últimos tiempos puede tener en el fracaso escolar la pérdida de valores de nuestra sociedad, que ha convertido a nuestros niños y adolescentes en consumidores de pro, incitándoles a adquirir productos (con un dinero que aún no ganan) y sin darles tiempo a que se hagan con los conocimientos y la madurez necesarios para desarrollar un criterio propio.

Pero, afortunadamente, hay profesores y familias que se implican, esforzándose en derribar la barrera que los malos estudiantes levantan en derredor. Les convencen de que no son unos fracasados, de que estudiar y aprender sí va con ellos y les demuestran que el futuro les tiene un lugar reservado. A base de hacerles comprender que al conocimiento se llega por los pasos contados, que cada clase o cada hora de estudio es importante en sí misma, sin tener que medir continuamente el conjunto, logran, por ejemplo, que un mal alumno se convierta en un profesor y novelista de la talla de Pennac.


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